„…In einem Hafen an einer westlichen Küste Europas
un hombre mal vestido yace en su
Fischerboot und döst…“
So fängt die „Anekdote zur Senkung der Arbeitsmoral“ an, welche Heinrich Böll 1963 schrieb. Heute habe ich intensiv über diese Geschichte denken müssen, dürfen. Sicherlich kennt der ein oder andere Selbige im Original oder in einer der diversen abgewandelten Kopien. – Doch bevor ich Selbige zitiere, möchte ich erst einmal berichten, wie es dazu kam, dass sie mir wieder ins Gedächtnis kam.
Nachdem wir gestern* noch einen Abstecher zum Tiny House Hersteller Woodee gemacht haben, hat uns die Sehnsucht nach Seeluft in die kleine Gemeinde Wisch, im Kreis Plön verschlagen. Wisch, plattdeutsch für ‚Wiese‘, ist für uns Programm, stehen wir doch kurz drauf auf einer kleinen Wiese direkt hinterm Deich. – Oli, welchen ich seit vielen, vielen Jahren kenne, hat uns hier auf ein Bier eingeladen. – So sitzen wir kurz drauf mit Oli und seine Partnerin Britta auf dem Deich, blicken aufs Meer und es macht plöpp, plöpp, plöpp. Kennt ihr die Flens Reklame? – Genau so, „erfrischend anders“, ich liebe dieses herbe „Bügelbier“. Doch hier im Norden, mit Blick auf die untergehende Sonne schmeckt es besonders gut.
Oli da una impresión extrañamente relajada. - Habla de pesca y del kate, que se encuentra justo detrás del dique. Desde una ventana se ve directamente el mar. - Uno de los antepasados de Britta construyó esta casita para albergar su estudio. Incluso hoy en día, el conjunto parece salido de la caja de pinturas de algún impresionista. El dique y el mar delante, prados y campos detrás. - ¿Estoy soñando? - Todo parece tan relajado y tranquilo, incluso Oli.
Was will man mehr? – Dies scheint sich auch Oli zu fragen. – So lange ich Oli kenne, hat er gearbeitet, viel, sehr viel gearbeitet. Für seinen Job ist er jede Woche, nicht nur knapp 1.500 Kilometer gefahren, um die Woche über im Hunsrück „stationiert“ zu sein. Fern der Heimat ist er darüber hinaus einer verantwortungsvollen Tätigkeit nachgegangen, ein Managerjob, so heißt das wohl. – Doch so lange ich Oli kenne, wollte er eigentlich nur eines: Angeln. – Später mal – Und ab und zu auch mal zwischendurch, wenn man mal Zeit hat.
Jetzt könnte ich sagen, alles hat seine Zeit. – Es mangelt uns nicht an der Zeit. – Denn Zeit ist ja immer gleich. Ein durchschnittliches Leben: 80 Jahre, 960 Monate, 29.220 Tage, 701.280 Stunden, 42.076.800 Minuten, 2.524.608.000 Sekunden. – Hört sich verdammt viel an, oder? – Da kommt es am Ende auf ein paar Sekunden, Stunden oder Tage nicht an, oder? – Doch letztlich ist jede Sekunde nur ein Wimpernschlag, ein Augen-Blick in der Zeit. Zupp, Vergangenheit. Und schon sind mehr als fünfzig Jahre vorüber. Mensch, bin ich alt geworden. – Da bekommt „alles hat seine Zeit“ eine ganz andere Bewandtnis.
Jetzt und hier weiß ich nur, Oli wollte immer nur Angeln. – Ich stell mir die Frage, was wäre wenn? Was wäre, wenn Oli einfach „nur“ angeln gegangen wäre.
Hört ihr da Reue raus? – Nein, keine Spur! – Und ich habe auch nicht das Gefühl, dass Oli etwas bereut. – Alles hat seine Zeit – Ich würde alles wieder so machen. Alles? – Doch da fällt mir noch was ein. Wie hieß es da noch in den 80er? – „Schule braucht Zeit – Zeit ist Geld – Geld ist Luxus – Und Luxus können wir uns beim besten Willen nicht leisten“ – Nur ein Sponti-Spruch? 😉
¿Y qué pasa con Oli? Pesca, eso parece hacerle feliz. En cualquier caso, parece relajado, más relajado que nunca. Relajado, feliz y de alguna manera más joven. Deseo que siga así.
Doch ich hatte Euch ja noch die „Anekdote zur Senkung der Arbeitsmoral“ versprochen. – Hier ist sie:
„Ein schick angezogener Tourist legt eben einen neuen Farbfilm in seinen Fotoapparat, um das idyllische Bild zu fotografieren: Blauer Himmel, grüne See mit friedlichen schneeweißen Wellenkämmen, schwarzes Boot, rote Fischermütze. Klick. Noch einmal: klick. Und da aller guten Dinge drei sind und sicher sicher ist, ein drittes Mal: klick.
El sonido quebradizo, casi hostil, despierta al adormilado pescador, que se incorpora somnoliento, pesca somnoliento un paquete de cigarrillos; pero antes de encontrar lo que busca, el ansioso turista ya le ha puesto un paquete delante de la nariz, se ha colocado el cigarrillo no exactamente en la boca, sino en la mano, y un cuarto chasquido, el del encendedor, completa la apresurada cortesía. Ese exceso de ágil cortesía, apenas mensurable, nunca verificable, ha creado una irritable vergüenza que el turista -que habla la lengua local- intenta salvar hablando.
"Hoy harás una buena pesca". El pescador niega con la cabeza. "Pero me han dicho que el tiempo es favorable". El pescador niega con la cabeza. "¿Entonces no vas a salir?". Sacudida de cabeza del pescador, nerviosismo creciente del turista. Seguro de que le importa el bienestar de la persona mal vestida, le roe la tristeza por la oportunidad perdida. "Oh, ¿no te encuentras bien?"
Finalmente, el pescador pasa del lenguaje de signos a la palabra hablada de verdad. "Me siento muy bien", dice. "Nunca me he sentido mejor". Se levanta, estirándose como para demostrar su constitución atlética. "Me siento fantástico". La expresión del turista se vuelve cada vez más descontenta, ya no puede reprimir la pregunta que amenaza con reventarle el corazón, por así decirlo: "¿Pero por qué no sales entonces?".
La respuesta llega pronta y sucinta. "Porque ya he salido esta mañana". "¿Fue buena la pesca?" "Fue tan buena que no necesito volver a salir, tenía cuatro langostas en las cestas, pesqué casi dos docenas de caballas...". El pescador, por fin despierto, se descongela y da unas palmaditas tranquilizadoras al turista en los hombros. La expresión preocupada del turista le parece una expresión de preocupación fuera de lugar, pero conmovedora.
"Incluso tengo suficiente para mañana y pasado mañana", dice para aliviar el alma del desconocido. "¿Quiere fumarse uno de los míos?" "Sí, gracias". Los cigarrillos se meten en la boca, un quinto chasquido, el desconocido se sienta en el borde de la barca sacudiendo la cabeza, se quita la cámara de la mano, pues ahora necesita las dos manos para dar énfasis a su discurso.
"No quiero entrometerme en tus asuntos personales", dice, "pero imagínate que hoy hicieras una segunda, una tercera, quizá incluso una cuarta salida y pescaras tres, cuatro, cinco, quizá incluso diez docenas de caballas... imagínatelo". El pescador asiente.
"Saldrías", continúa el turista, "no sólo hoy, sino mañana, pasado, es más, en cualquier día favorable, dos, tres, quizá cuatro veces... ¿sabes lo que pasaría?".
El pescador sacude la cabeza. "Podrías comprar un motor en un año a más tardar, en dos años tendrías un segundo barco, en tres o cuatro años podrías tener un pequeño cúter, con dos barcos y el cúter por supuesto pescarías mucho más - un día tendrías dos cúteres, podrías...", el entusiasmo se apodera de su voz durante unos instantes, "construirías un pequeño almacén frigorífico, tal vez un ahumadero, más tarde una fábrica de escabeche, volarías en tu propio helicóptero, localizarías los bancos de peces y darías instrucciones a tus cúteres por radio. Podrías adquirir los derechos del salmón, abrir un restaurante de pescado, exportar la langosta directamente a París sin intermediarios... y luego...", de nuevo el entusiasmo del desconocido le deja sin aliento. Sacudiendo la cabeza, entristecido en el fondo de su corazón, casi perdiendo la alegría de las vacaciones, mira la marea que sube tranquilamente, en la que los peces sin capturar saltan alegremente.
"Y luego", dice, pero de nuevo la emoción le deja sin aliento. - El pescador le da unas palmaditas en la espalda, como un niño que se ha atragantado. "¿Y luego qué?", pregunta en voz baja. - "Entonces", dice el forastero con tranquilo entusiasmo, "podrías sentarte aquí en el puerto con tranquilidad, dormitando al sol... y mirando el magnífico mar".
"Pero eso ya lo estoy haciendo", dice el pescador, "estoy sentado tranquilamente junto al puerto y dormitando, sólo me ha molestado tu chasquido". De hecho, el turista, que había sido instruido de este modo, se marchó pensativo, pues antes había creído que trabajaba para que un día ya no tuviera que hacerlo, y no quedaba en él ni rastro de piedad por el pescador mal vestido, sólo un poco de envidia.
*Han pasado casi tres semanas desde que empecé esta entrada del blog. Simplemente no tuve tiempo. Estaba la liquidación del piso, estaba... Todo tiene su tiempo.
¿Y su tiempo? - ¿Corona ha cambiado algo o qué ha cambiado?
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